Primero, pensé que era porque era una mujer sola en el centro de la ciudad. Conocí a otras personas increíbles, como esta mujer que me ofreció el desayuno y que no hablaba ni una palabra de ingles pero con quien pasé una hora riendo comunicando con fotos y sonrisas, este hombre que me explico su deseo de Europa y los cambios sociales que atraviesa su país, este chico en Aqaba que me enseñaba la ciudad de vez en cuando, el recepcionista del hotel que me llevaba chuches cada noche o los clientes alojados en el piso de abajo, camisetas futbol que me ofrecieron suvenires “made in Jordán” el día antes de mi vuelo de vuelta.