La divisa elegida fue, concretamente, un águila real pasmada, de sable, nimbada de oro, con el pico y las garras de gules y un halo de oro, al que pronto se le incorporó la leyenda «sub umbra alarum tuarum protege nos» («protégenos bajo la sombra de tus alas»). De hecho, este águila nimbada apareció ya en la divisa personal de Isabel, en 1468, cuando solo era princesa heredera, y continuó vinculada más tarde a la monarca a través de la heráldica compartida de los Reyes Católicos.